Al menos cuatro millones de personas viven en regiones del país donde las aguas están contaminadas con arsénico, y la llanura chaco-pampeana es la zona con más incidencia. Amplios territorios de la Pampa húmeda, sobre todo en el sur de provincias Córdoba y Santa Fe, y el norte y el sur de Buenos Aires también están alcanzados por este elemento químico.
El agua es una sustancia vital, con una fórmula química muy simple compuesta por la unión de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Aun cuando a simple vista sea transparente y cristalina, en ciertas regiones de la Argentina el arsénico la convierte en una amenaza para la salud. Millones de personas lo toman en pequeñas dosis, sin saberlo: el arsénico no tiene olor ni color. Este consumo crónico puede tener efectos devastadores: lesiones en la piel, cáncer, problemas de desarrollo, enfermedades cardiovasculares, enfermedades neurológicas, diabetes, muerte.
El arsénico es un elemento natural que se encuentra en la corteza terrestre y fluye en las aguas superficiales y subterráneas. Proviene de la disolución de minerales, la erosión, la desintegración de rocas de la era cuaternaria y la deposición atmosférica. En este tipo de contaminación, la acción humana tiene escaso protagonismo, aunque algunas actividades como la minería pueden provocar su aparición.
Para Marta Litter, doctora en química de la Universidad de Buenos Aires e investigadora Superior del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín, “tendría que haber agua segura para todo el mundo, pero un gran porcentaje de la población de la Argentina y de muchos otros países no tiene acceso a una red de distribución de agua apta para el consumo”.
Litter es una referente a la hora de hablar del tema. Tiene decenas de trabajos publicados; entre ellos, “La problemática del arsénico en la Argentina: el HACRE” (Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico), en el que realizó una estimación que aún considera vigente acerca de la cantidad de personas en riesgo de enfermar por consumir agua que contiene este poderoso contaminante natural.
Litter insiste en que hay soluciones para esta problemática, y dice que debe considerarse una política de Estado, pero al mismo tiempo admite que, por la falta de información y de recursos para la investigación, el arsénico nunca deja de ser una amenaza. “En 1993”, recuerda la investigadora, “la Organización Mundial de la Salud estableció que para el consumo, la cantidad de arsénico por litro de agua no debe superar los 10 microgramos por litro. En 2007 se incorporó este requisito al Código Alimentario Argentino y se estableció un plazo de cinco años para alcanzar ese estándar de calidad del agua para consumo”.
“Sin embargo”, continúa Litter, “ese plazo no se cumplió”. En este marco, la subsecretaría de Recursos Hídricos y la secretaría de Salud de la Nación realizaron un estudio epidemiológico para relevar el acceso al agua con arsénico, conocer su vínculo con los casos de HACRE (Hidroarsenicismo Crónico Regional Endémico) y establecer las prioridades sanitarias. El trabajo será financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo y la licitación acaba de ser ganada por la empresa HYTSA, que comenzará a realizar la tarea.
En la Argentina, son múltiples los grupos que estudian la presencia de arsénico en las napas. Con el objetivo de aunar conocimientos y buscar posibles soluciones, la Red de Seguridad Alimentaria del CONICET convocó a investigadores e investigadoras. Coordinados por Litter, trabajaron en un relevamiento de las tecnologías disponibles para la remoción del arsénico, en una actualización del HACRE y en el establecimiento de criterios comunes en la calidad del agua. Los resultados quedaron plasmados en un documento que tuvo su corolario en un taller llevado en el Polo Científico Tecnológico en agosto de 2018.
Qué es el HACRE
La sigla HACRE abarca a un grupo de enfermedades causadas por la ingesta crónica de arsénico. Los síntomas clásicos son manos y plantas de pies rugosas, por lo que en general son detectados en principio por especialistas en dermatología. Luego avanza hacia órganos internos y puede provocar distintos tipos de cáncer o enfermedades cardiovasculares y pulmonares.
“La gente puede morir por muchas causas, pero no podemos permitir que sea por agua contaminada”, dice el médico Carlos Padial, que llegó a Clodomira, Santiago del Estero, en 1989, y comenzó a recibir pacientes con lesiones en las manos y las plantas del pie. Poco tiempo después tuvo la tarea de advertirles a los pobladores que no podían consumir el agua de la zona. Ante la resistencia de la comunidad, Padial tuvo que sumergirse en una investigación para tener pruebas a mano y confirmar sus argumentos.
“Yo venía con una experiencia de ocho años de haber trabajado en Salta en el límite con Santiago del Estero, donde había muchos pacientes que trabajaban como hacheros en Monte Quemado y que tenían lesiones compatibles con HACRE” dice Padial. “Al principio, uno piensa que son producto de su tarea habitual: el manejo de la pala, el pico, el hacha. Pero esas lesiones también aparecían en las plantas de los pies, lo que evidentemente se trataba de una hiperqueratosis palmo plantal que aparece en todos los pacientes que tienen hidroarsenicismo crónico”.
“Me decían: ‘Usted es nuevito acá, ¿cómo puede saber que nuestra agua está envenenada?’”, recuerda Padial. “Otros decían que sus abuelos habían consumido la misma agua y nunca se habían enfermado. Ante esos cuestionamientos, comencé a estudiar cada pozo e investigar el suelo”.
En 1966 se realizó una importante obra hídrica en los departamentos Banda y Robles, para construir canales destinados al riego. Eso elevó las napas freáticas y contaminó las aguas de pozo. Con los estudios de Padial se constató que la matriz química del agua estaba contaminada con arsénico y, con pruebas de laboratorio, Padial pudo explicar a la población que si seguía bebiendo el agua de la zona iba a morir.
A raíz de la investigación de este médico rural, a partir del año 2000 se tomó el problema del arsénico en el agua como política de Estado y se aplicaron diferentes métodos de tratamiento: todos los pobladores de la zona ahora consumen agua potable.
Dónde está el arsénico
El arsénico ha tenido a lo largo del tiempo un cómplice clave: el desconocimiento. Ariel Bardach, especialista en epidemiología de la Universidad Nacional de La Plata e integrante del Instituto de Efectividad Clínica y Sanitaria, dice que “sólo una pequeña parte de la población conoce la problemática”. Agrega que “la gente no sabe que el arsénico puede estar presente en alimentos como arroz, frutas, pescados, mariscos, carnes, aceites, leche”.
Las estadísticas señalan que entre dos y cuatro millones de personas están expuestas al agua con arsénico. “Los proveedores de agua”, agrega Bardach, “tienen un panorama más concreto porque hacen pozos y obtienen datos precisos, pero esa información es confidencial porque pueden provocar acciones legales en su contra”.
También el arsénico puede estar presente en ciertos pesticidas, en plantas de fabricación de electrónica o fundición de metales, en la industria del vidrio y la cerámica. En el marco de la Secretaría de Salud funciona la Dirección Nacional de Determinantes de la Salud e Investigación, que impulsa diferentes líneas de acción con el objetivo de abatir el arsénico del agua de consumo.
Buscando veneno en el Impenetrable
Simeona Verón es docente desde hace 25 años en escuelas rurales de Taco Pozo, en Santiago de Estero, y se convirtió en el nexo entre la ciencia y la gente. Ella guió a los científicos por los imposibles caminos del Impenetrable Chaqueño para que dispositivos de abatimiento del arsénico llegaran a cada rincón de la zona. Ahora resume las huellas que deja el arsénico: “Tenía alumnos cuyas sus manos eran como una lija”.
Un dispositivo potabilizador del INTI, en una escuela.
Entre 2010 y 2014, los ingenieros químicos del INTI comenzaron a recorrer la zona. “Yo los guiaba por las escuelas donde el agua tiene un porcentaje muy elevado de arsénico”, dice. “Con esas recorridas aprendí detalles de las napas y pude conocer el estado del agua. De esa forma pude tomar conciencia y hacer saber a la población que el arsénico es un enemigo oculto para la gente”.
Verón recuerda que aquellos días fueron como un curso acelerado de química y temas hídricos. Narra que los ingenieros instalaron dispositivos en cada una de las escuelas. “Fue un trabajo muy valioso: capacitaban a la gente. A partir de ahí, las escuelas comenzaron a contar con agua apta para consumo humano y los alumnos eran los primeros interesados en que su escuela tenga agua limpia. Luego ocurría que la gente iba a buscar agua para llevar a su casa”.
Verón también recuerda que llevó a los ingenieros hasta la localidad de Fuerte Esperanza, en el corazón del Impenetrable: “Allí nos reunimos con el intendente y se pudieron implementar los dispositivos en las escuelas, tras un gran trabajo de los ingenieros”.
Diego Lelli es ingeniero químico del Instituto Nacional de Tecnología Industrial y forma parte de un equipo que se ha lanzado por los territorios para limpiar las aguas. Lelli cuenta que “en primer lugar, se pide una muestra de agua a la persona que consulta, y los estudios determinan si la tecnología que tenemos es efectiva para ese caso. Nosotros aplicamos la tecnología de la coagulación filtración, y si luego de hacer los ensayos vemos que la tecnología es la más adecuada ahí se produce una intervención en el lugar. Se prueba el dispositivo ya sabiendo que funciona perfectamente”.
Lille remarca que “el dispositivo no requiere de servicios, se carga con baldes, posee un manual de uso y mantenimiento. Nosotros entregamos el dispositivo y capacitamos al usuario. Si o si es necesaria la capacitación porque los dispositivos no son automáticos y se hicieron así porque en el Impenetrable o zonas rurales no hay luz eléctrica. El usuario lo debe operar bien porque de lo contrario, no se realiza la potabilización. Si el dispositivo se usa bien tiene una efectividad total, por eso es clave la capacitación de los usuarios y tiene una capacidad para 5 personas por día”.
Alumnos del paraje Luján, en Chaco.
Además, el INTI, en un grupo liderado por Gonzalo Difeo, y en el que también participa el ingeniero Lille, fue desarrollada una planta modular con la misma tecnología que el dispositivo rural, para localidades pequeñas, con una capacidad para abastecer a una población de unos 500 habitantes por día. Esta planta necesita corriente eléctrica y se instala en zonas sin agua de red, con canillas comunitarias.
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