MIÉRCOLES 27 DE SEPTIEMBRE DE 2017
Un reciente informe de diferentes agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) confirmó que el hambre aumentó en 2016, por primera vez desde 2003, hasta afectar a 815 millones de personas. El estudio destaca que tras más de una década de avances, el año pasado el número de personas que sufren la falta de alimento aumentó en 38 millones respecto de 2015, y su porcentaje, equivalente al 11% de la población, volvió a situarse en niveles de 2012. El incremento se debe, por un lado, a la proliferación de conflictos violentos y, por el otro, a las perturbaciones climáticas.
Los responsables de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), Unicef, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en su prólogo conjunto del informe sobre «El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo», señalan que «en la última década, los conflictos han aumentado de manera dramática y se han vuelto más complejos e irresolubles por su naturaleza». Subrayan «que algunas de las tasas más elevadas de niños con inseguridad alimentaria y malnutrición se concentran ahora en zonas de conflicto». En Sudán del Sur, por ejemplo, los alimentos incluso son utilizados como «arma de guerra».
El informe es la primera evaluación global de la ONU sobre seguridad alimentaria y nutrición que se publica tras la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, cuyo objetivo es acabar para ese entonces con el hambre y todas las formas de malnutrición como una de las principales prioridades de las políticas internacionales. Los expertos manifiestan que no se logrará ese objetivo para 2030 a menos que abordemos todos los factores que socavan la seguridad alimentaria y la nutrición. Garantizar sociedades pacíficas e inclusivas es condición necesaria para ese objetivo.
El estudio destaca que unos 155 millones de niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica, mientras que 52 millones sufren desnutrición aguda, lo que significa que su peso es demasiado bajo para su estatura. Como contraparte, 41 millones de niños tienen sobrepeso. Asegurar el derecho a la alimentación debería ser el primero de los objetivos de cualquier política pública para un gobernante. Si bien la mayoría de las víctimas están en Asia, es en África donde la gravedad de la crisis afecta al mayor porcentaje de la población: 20%.
Como bien señaló en 2009 el entonces papa Benedicto XVI en la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, «el hambre es el signo más cruel de la pobreza». No es menor que el hambre mate año tras año a más personas que el sida, la malaria y la tuberculosis juntos.
Erradicarla es fundamental, para lo cual debemos comprender sus causas más profundas y no atribuirlas sólo a un desequilibrio numérico entre cantidad de alimentos y población. Es tiempo de acción y los organismos internacionales y los gobiernos deben profundizar las medidas para acabar con el hambre. Deberán actuar en diferentes frentes: luchando contra el progresivo aumento de la temperatura terrestre, origen de sequías extremas que causan crisis alimentarias; extremando esfuerzos diplomáticos para solucionar conflictos, y, finalmente, fortaleciendo programas de las Naciones Unidas que brindan protección social y ayuda a los países en desarrollo. Sin combatir y reducir el hambre, el progreso en la lucha contra la pobreza será más lento y trabajoso.
Siendo la Argentina un gran productor de alimentos, es escandaloso que tantos compatriotas sufran hambre. No podemos continuar desperdiciando diariamente un kilo de comida por persona. La ley de emergencia alimentaria nacional, ingresada recientemente para su tratamiento en el Congreso, tras meses de reclamos sociales, propone un programa nacional de seguridad alimentaria y nutricional como instrumento para garantizar la alimentación de la población más vulnerable menor de 16 años. Más simple aún, la sanción de la llamada ley del buen samaritano también traería muchísimo alivio a comedores y excluidos al promover las donaciones; sin embargo, aguarda desde hace años su sanción. No hay tiempo que perder. El hambre no espera.
LA NACIÓN